Consiste su virtud en que no saben hacer nada. Su oficio es el de artista y los hay a miles, ya escultores, ya pintores, ya músicos o canores. Sus leyes, no escritas, son singulares y tenidas por la cosa más extraordinaria: tienen prohibido entender cosa alguna, trabajar de provecho o cultivar cualquier género de inteligencia. Tienen por cosa vil aprender oficio alguno y les repugna sobre todas las cosas el adquirir cualquier grado de maestría.
Aunque los rústicos les llaman de vagos y pamplineros, ellos tienen muchos nombres para su permanente hacer que no hacen nada: japenin, performan, instalación, multimedia, improvisación, neoconceptualismo y neonosequé... en fín, que no acaban.
No es de extrañar que todos los vagos del mundo quieran ser como ellos. Pero la isla, si de verdad existe, es de difícil acceso: se necesitan palabras mágicas que cambian continuamente y son imposibles de copiar: neoestructuralismo, hiperpostbarbarismo, belprontismo... uf.
Hay que ser muy vago para ceder a tales ensoñaciones.
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