Fue Rufo mozo asilvestrado, con genio para el verso suelto, y menos para el atado. Salteó con más ahínco daifas que musas y dió al juego lo que en letras más hubiera aprovechado.
Ya en su decadencia, como todos, viejo, desengañado y arrepentido, volvió a su patria, a hacerse nadie. En esas oscuridades templó sus yerros con las pocas ascuas que de su ingenio habían quedado. De esos rescoldos surgieron las apotegmas, ciencia nueva y necesaria a la que dió principio, forma y fama.
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