sábado, 26 de junio de 2010

El pez poeta.


Loloberto, como pez, no es gran cosa. Es un pez de tantos. Las peceras, los ríos, los mares están llenas de tipos como él y nadie se tomará la molestia de escuchar qué se cuenta Loloberto. Como poeta, en cambio, es otra cosa. Tiene una voz personal forjada a un tiempo en la experiencia personal más desgarradora y el lirismo más exacerbado. Loloberto es un poeta cabal desde la cola hasta su última escama. Mas no hay nadie en el mundo capaz de apreciar su poesía. A ver quién es capaz, siendo poco menos que un pescado, de prestarle atención cuando clama un endecasílabo heroico de su invención, o se lía por sonetos desgarrados. La gente cree que lo que sale de la boca de Loloberto son burbujas de aire, o acaso algún desajuste gástrico. Pero no poesías. Los convencionalismos son así. Nos acostumbramos a ver en los demás un animal: un pez, un babuino, un cafre, un bosquimano... desdeñamos su vida interior porque, como no la conocemos, suponemos que ésta no ha de existir.



Lolofredo, que como pez es del montón, como poeta es menos que nada, pues aunque elevado y aúreo en sus versos, éstos salen a la superficie envueltos en burbujas que nadie jamás escrutará.

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