domingo, 8 de agosto de 2010

Luis de Gongora y Argote.

Mucho daño ha hecho a la fama de Góngora las pintas con que le trazó Velázquez: feo, cetrino, amargado, orgulloso y destemplado. Así era en la vejez cuando acabó la carrera de la Corte con más suspensos que aprobados, y éstos, raspados.


Feo fue siempre, pero también, en sus mocedades, pollo, pillo y mozo alborotado, amigo de hacer corros, de pregonar menudencias, de pisar mucho el foro, algo los ruedos y poco la iglesia (tenía órdenes eclesiásticas, aunque menores). En fín, que gustaba del alboroto y como tenía ingenio y el estoque plumífero presto, hacía coplas sabrosas.

Luego se hizo oscuro, algo así como el Darth Vader del concepto. El adalid del conceptismo. Como si concepto concepto no lo fuesen todos. Así nos lo han contado en la escuela y por ello le hemos odiado.

Pero Góngora no debe pasar por el malo de la película. Más bien es el feo. Y hasta eso se lo disputaría el áspero de Quevedo. El bueno es Cervantes, claro. La chica es María de Zayas.

Nos falta un Sergio Leone que cuente estas grandezas.

Una Gigantomaquia de las que ya no se hacen. En España nunca se han hecho. Aquí el cine va de enanos.

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