domingo, 28 de marzo de 2010

Estaba el antropopiteco (cuento protoprehistórico)


Estaba el antropopiteco aturdido por las verdades esenciales de la vida.

La ética lítica, tal como se la habían enseñado en la era, le angustiaba con dudas existenciales, estresándole sus aún débiles entendederas e imposibilitándole para el beneficio que la certidumbre de la ignorancia causaba en sus paisanos.

- en esta época bárbara, espiritual y atrasada -pensaba- estamos abocados a un relativismo moral que no nos aleja de nuestros primos, los orates.


- la angustia gástrica de estos mentecatos - Y dirigía su mirada melancólica abajo, a la era, donde la tribu hacía una paella de antropopiteco- les impide contemplar la verdad. Reina en nosotros el imperio de los sentidos. Y, sin embargo, nada es lo que parece o dice ser.



- ¿que he hecho en la vida? ¡nada! -exclamaba con desesperación- tengo un porrón de años (tiene 25 años, pues, aunque filósofo, sabe de amarguras y angustia existencial, pero aún no sabe contar). ¡Y no he hecho todavía nada que merezca ser recordado!



- el pleistoceno no es lo que la gente se piensa. No es ningún chollo. No se qué va a ser del mundo. El tiempo está cambiando. Cada vez hace más frío. Los prosboscídeos se extinguen. ¿qué será de mis hijos dentro de un porrón (de un millón) de años?

A su vera, como en la copla, la antropopiteca mira con melancolía a la tribu, abajo, en la era, que devoran a sus hijos en una paella de la que ha sido excluida. Como es deísta, aunque no lo sepa, se despioja distraídamente y se lleva a la boca aquella débil ración de proteinas que será su único alimento aquel día. Aunque quizás no. Se le está ocurriendo una cosa. Una idea moviliza la única neurona librepensadora de su cerebro. Mira con disimulo a su compañero, ese inútil filósofo al que los demás desprecian, que se aleja de los convencionalismos tribales, come verduras y no ha matado jamás a un hermano. Aquel hombre, su marido, es tonto. El de sí que tenía que dar ya lo ha dado. Los hijos que de él ha engendrado se los están comiendo abajo, en la era. Y ella tiene hambre. Disimuladamente toma el puñal fabricado con el colmillo de un tigre diente de sable. Aunque no hace falta tanto disimulo. El antropopiteco está en sus babiecas cuando la otra empuña el puñal y se dirige a él con una certidumbre que el cónyuge dista de sospechar: Esa noche, de cena, va a haber proteínas de filosofía. La única realidad posible en el Pleistoceno y en la posteridad.

Posible moraleja de Gio Ponti: La contemporaneidad es la época en la que conviven simultáneamente presente, pasado y futuro.

Y también: el carácter es para los hombres su destino.

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