martes, 16 de febrero de 2010

Las dos cara(dura)s de Cronos.




Se mire por donde se mire, el Dios tiempo, Cronos, no es ningún modelo de padre a imitar. En realidad Cronos no hay uno, sino dos:

Cronos l (Krhonos), se pasaba los eones abrazado a una especie de ectoplasma, Ananké, la inevitabilidad. Y en esas se le fueron los eones, danzando en torno al huevo primigenio. Y no se le conoce más fuste que ese, el de ser la personificación del tiempo eterno, el dios del Zodíaco, las estaciones, y haber separado el huevo primigenio y haber creado el mundo. Un perdedor.

Cronos ll (Kronos), que era hijo de su padre, de su madre y de su abuela (pues ambas eran una única persona, Gea), no tiene mejor pasado: rey de los titanes y dios del tiempo humano. Su madre (y abuela) Gea, harta de que Urano la preñara de Titanes, Cíclopes y Hecatónquiros, creó una hoz de pedernal para que algún buen hijo matara al padre. Cronos, el más pequeño fue el que lo intentó, aunque, quizás por delicadeza, en lugar de matarlo lo castró. Una delicia de criatura.

Luego, a su vez, fundó su propia familia (con alguien que no era de la familia, o sea, ni prima, ni hermana ni abuela:Rea), y tuvo muchos diosecillos, los cuales fue comiendo aplicadamente según nacían, para que no usurparan su trono. Pero Zeus le salió respondón, se libró de ser papeado, liberó al resto de hermanos sacándoles de las tripas paternas (adivinen cómo), y tras la oportuna guerra sanitaria preventiva se convirtió en el Dios Jefe del Olimpo.

Con ese currículum no tendría opción alguna a presidir la alianza de las Civilizaciones, ni la yupi-mega-güay asamblea de sabios paralímpicos ni tan siquiera la asociación de ovejas no-mutantes alcarreñas (ASOVAL). Sin embargo, su reinado se considera la Edad de Oro de la Humanidad. Será que entonces no había prensa escrita que aireara sus pecadillos de lesa humanidad.




A lo mejor es sólo un mito, pero personifican perfectamente la relación de los humanos con esa criatura detestable, el tiempo. Con la hoz nos corta lo que no debiera, y se le va la bola con la pococosa de Ananké. La inevitabilidad. Estamos condenados a pasar por esta vida sin fundamento alguno, sin haber aprendido nada ni haber dejado señal alguna de que esto tuvo sentido.

Dicen que la experiencia es algo que se tiene cuando ya no se necesita. No es cierto. No existe la experiencia ni la inteligencia. El hombre es infinitamente imbécil.

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