
Una clínica alcarreña especializada en desviaciones flatulentas ha puesto en marcha una innovadora terapia de adelgazamiento: perder peso a disgustos.
La idea de enmagrecer a sofocos es sencilla, pero genial: no todo el mundo tiene fuerza de voluntad para llevar una dieta. Casi nadie, más bien. En cambio, casi todo el mundo tiene la capacidad de abatirse si se le muere un padre. O al menos una parte significativa de las personas preguntadas. Pues bien, a ese sector específico de la población va dirigida la terapia.
El cliente se encierra en la clínica, aislado del exterior, y se le comunican diariamente noticias horribles cuyo carácter doloroso va aumentando conforme avanza la terapia. Primero se le dice que se le ha muerto el gato. Esto es un aperitivo, pues casi nadie tiene gato y apenas le va a afectar.
Al día siguiente se le comunica que a su cuñado le han nombrado persona inteligente del año. Eso ya duele de verdad. Luego viene que su madre se ha fugado con un negro. Que su padre se ha echo animista y reza a las moscas. Que le han embargado la casa, los bienes y los hijos. Todo esto se realiza con imágenes virtuales de gran verismo y actores profesionales, que lo hacen completamente creíble. Es como Gran Hermano, pero todavía más cutre y más doloroso.

¿Flatulencia? ¿Rencor? ¿Adelgazamiento? ¿Con que razonamiento se han hilvanado esos tres improbables compañeros de desdichas? No lo veo.
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