sábado, 20 de noviembre de 2010

Virtud, verdad y olvido.



Cuando el estrangulador de Alpedrete descubrió que era adoptado, su mundo se le vino abajo. La vida, tal como la había conocido, con sus valores sólidos y eternos, su albedrío voluntario, el crímen libre y organizado, la permanencia de lo Absoluto y la Inevitabilidad de lo Preestablecido, todo, todo se esfumó en la nada sin dejar rastro.


A semejanza del Quijote, se adentró en la sierra a hacer penitencia: rasgó sus vestiduras, hizo el pino, compuso versos malos y desesperados, comió hierbas y otras majaderías del género penitencial. No somos nada, todo es vanidad, dicen que dijo, antes de perderse entre los matojos para no volver jamás.

Se rumorea que lo han visto en Angola, dirigiendo un horfanato de hombres-mono. Otros aseguran que está en el Polo tratando de reconciliar al hombre con las focas. Hay quien asegura que uno que está en Filipinas arengando a los mandriles de un zoo se le parece bastante. Sea cual sea su paradero actual, todos están de acuerdo que no es la misma persona, que a través del desengaño ha llegado a la Virtud. Y que trabaja denodadamente por disminuir su huella personal de monóxido de carbono.

La Virtud tiene extraños caminos para manifestarse.



Técnica de las ilustraciones: pintura al fresco y esgrafiados sobre soportes murarios portátiles.


2 comentarios:

  1. Es un cuento muy bonito con final feliz. A ver si nos dejamos de una vez de pesimismos esteparios, y recuperamos la esperanza como motor fundacional de una vida semiperfecta (la vida perfecta sólo es para los androides).

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  2. Que curioso, el mismito caso que un conocido de Portarubio.
    Me he quedado bocas.

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