sábado, 13 de marzo de 2010

La fantástica historia del cerdo que no quiso ser chorizo.


Günter es un cerdo simpático y rollizo. También sentimental. Gusta de los placeres de la mesa y es un ameno conversador para aquellos que entiendan el lenguaje porcinal. Conoce a todos los habitantes del lodazal por su nombre y siempre tiene una palabra de aliento para los acuciados por desórdenes intestinales severos, que es como se conoce entre los puercos al pánico existencial.


En gustos literarios Günter no es un cerdo convencional: aborrece el realismo sucio y le encantan las almibaradas historias de amor con hermosas princesas, ogros tetraploides y quisquillosas madrastras.


Pese a sus lecturas, Günter no se sospecha carne de chorizo. Ni siquiera de jamón. Por eso la vida de Günter es trágica, aunque plácida. Esto es: su vida son sus ocios y su comer. Su ocaso, su deceso, su finadiación, por así decirlo, es acabar en jamón de bellota.

Y no lo lleva bien.

Somos la comida de otros, como otros lo fueron de nosotros, se dice. ¿Qué pinta la cultura en todo esto, se pregunta angustiado? Comemos en vida y al final somos comidos ¿Qué queda en medio? Pues, por ejemplo, que hemos construido el Partenón, que hemos escrito el Quijote, que hemos completado a cómodos plazos una colección de sellos paraolímpicos.

Günter es un cerdo rollizo y simplón. Busca dar sentido a la vida en la ciénaga. Y esa vida no lo tiene. Carpe diem, dicen unos. Vive deprisa, muere joven y sé un bonito cadáver, dicen los más peludos. Bla bla bah. Las palabras se pierden pronto entre las mefíticas brumas del lodazal donde ya nadie se acuerda de Günter.

1 comentario:

  1. Yo como símbolo de solidarización con Günter guardé un minuto de silencio ayer antes de echarme al cuerpo unas lentejas con chorizo (y morcilla)... Os lo recomiendo, ahora me siento mucho mejor (no sé si por las lentejas o por la solidarización)...

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