lunes, 4 de mayo de 2009

El patio de mi cárcel es particular.












Como un Tom Jones cualquiera del estraperlo del pincel, todo el mundo daba por sentado que algún día acabaría en la cárcel. Es lo que toca en estos oficios antiguos y descerebrados. Pues ahí he acabado. Toda la santa Semana Ídem encerrado en la cárcel de Priego, dándole al estuco, al fresco y al esgrafiado.


Lo que no estaba tan claro es que los que construyeron la cárcel sospecharan que algún día sería un centro cultural, y, oh cielos, una biblioteca. O sea, trocar las rejas en alacenas, el dolor en esperanza, la oscuridad en su reverso, la santa luminosidad de las palabras que encierran (para ser liberadas) los libros.
Es lo que debería hacerse siempre. Aunque pocos den ese paso.
Priego lo ha hecho.

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